El Ave fenix
Dicen las crónicas antiguas que al ave llamada Fénix se la conocía desde el principio de los tiempos ...
El Ave Fénix es un pájaro maravilloso que se desplaza en los cielos de la imaginación. Al parecer vive unos quinientos años, y cuando va a morir inicia un último vuelo majestuoso que abarca todo el cielo conocido; ve todos los bosques y elige el árbol más alto para posarse y hacer su nido...
Allí cumple la misión de la que es capaz: renacer de sus propias cenizas. El Fénix hace su nido con hojas de plantas aromáticas, menta, ruda, eucaliptus, casia, nardos, cinamono, mirra, y resina de pino. Cuando finalmente reposa sólo alzando su testa coronada para cantarle al sol, que enviará al fuego en sus rayos, en un instante, es purificado todo con las llamas. De las cenizas del ave, confundidas con las de la mezcla olorosa, nace el nuevo Fénix...
Y la nueva ave maravillosa, tomando consigo los restos de cenizas del sacrificado, se eleva inmediatamente al cielo, en dirección a la mítica ciudad de Heliópolis, donde las deposita a manera de ofrenda en el altar del templo consagrado al sol...
Todos coinciden en que el aspecto del Ave Fénix era de una gran belleza. De mayor tamaño que un águila, su plumaje ostentaba los más bellos colores: rojo de fuego, azul claro, púrpura y oro, y todos afirman que el Ave Fénix era más hermoso que el más hermoso de los pavos reales.
El lugar permanece oculto a nuestros ojos.
Unos lo sitúan más allá del océano que baña la tierra, en unas islas lejanas cruzando los confines occidentales del orbe, allí donde el sol tiene su palacio.
Otros dicen que viene de un bosque sagrado situado en las cercanías del orto del sol, este bosque es el primero en recibir la luz del sol, en escuchar los resoplidos de los caballos que arrastran su carro, que se sacude las aguas del océano del que acaba de surgir.
Lo que sí se sabe con certeza es que de donde viene el Fénix, los rasgos esenciales del lugar son la presencia de todo bien y la ausencia de todo mal. Siempre hay primavera y hay árboles de todas clases, el clima es en verdad agradable pues nunca se acercan las tempestades ni la lluvia ni el rayo; el frío no hiela y en medio brota una fuente de agua cristalina: esta vertiente de agua dulce que las escrituras llaman viva, fecunda el jardín suave y abundante cada mes, regándolo entero dos veces al año.
En estas inmediaciones crece el árbol cuyo fruto es la manzana dorada, una fruta especial de sabor exquisito, similar a la manzana común en su forma. En verdad que allí crece en plenitud la vida; bajo las enramadas murmuran arroyos entre plantas floridas que trepan por troncos olorosos a madera noble.
Está constituido y dispuesto de manera tal que todo allí es un placer para los sentidos humanos y en consonancia con los cuatro elementos; su exuberancia es expresión de la existencia divina, por eso la brisa es una suave caricia para el tacto. Hay una variedad de más de miles especies de flora y fauna útil y sumisa a la voluntad del hombre. Preside todo este excelso territorio una justa medida y una equilibrada templanza que se expresa en las impresiones acústicas que vienen del canto de los pájaros y del susurro tranquilo que juega en la gran fuente y los arroyos. La música natural rebota en toda la gama de colores que se ven, donde no hay contrastes demasiado fuertes ni se difuminan los contornos, sin embargo parece que cada cosa es como sí misma y como todas a la vez. No tienen allí cabida los animales dañinos. En medio de este sitio poblado de valientes y arquetipos vive el Fénix, unos quinientos años sólo consigo mismo.
En el jardín jamás se turba la felicidad de vivir. Sólo el Fénix siente el peso de la inmortalidad, y desde la llanura muy elevada que habita se desplaza inquieta hacia los árboles de la dulce mansión habitual del bosque, saliendo de sus santos lugares e instada por un afán de no-sé-qué, va por los señalados caminos sagrados cruzando parajes enmarañados de colores verdes y amarillos que caen en desfiladeros ocultos. En su aleteo indica rítmicamente (con un sonido que es como el vacío) el paso inexorable de sus últimas horas, de sus últimos días y noches. Los otros habitantes del jardín saben que, de acuerdo a las señales, el Fénix llevado por su extraño afán partirá hacia este mundo, el nuestro, donde la muerte tiene su reino. Toda la naturaleza del lugar calla cuando el ave se remonta, en un solo impulso, a la palmera más alta, tanto que su copa trepa a las estrellas y se hunde por uno de los hoyos de la noche, a través del cual se sabe que se asoma al mundo que hay detrás de la corteza del cielo...
No importa del sitio donde venga ni donde viva el Ave Fénix ... lo importante es que siempre cumple su misión:
Renacer de entre sus cenizas ... de su esencia ... de su ser ...
El Ave Fénix es un pájaro maravilloso que se desplaza en los cielos de la imaginación. Al parecer vive unos quinientos años, y cuando va a morir inicia un último vuelo majestuoso que abarca todo el cielo conocido; ve todos los bosques y elige el árbol más alto para posarse y hacer su nido...
Allí cumple la misión de la que es capaz: renacer de sus propias cenizas. El Fénix hace su nido con hojas de plantas aromáticas, menta, ruda, eucaliptus, casia, nardos, cinamono, mirra, y resina de pino. Cuando finalmente reposa sólo alzando su testa coronada para cantarle al sol, que enviará al fuego en sus rayos, en un instante, es purificado todo con las llamas. De las cenizas del ave, confundidas con las de la mezcla olorosa, nace el nuevo Fénix...
Y la nueva ave maravillosa, tomando consigo los restos de cenizas del sacrificado, se eleva inmediatamente al cielo, en dirección a la mítica ciudad de Heliópolis, donde las deposita a manera de ofrenda en el altar del templo consagrado al sol...
Todos coinciden en que el aspecto del Ave Fénix era de una gran belleza. De mayor tamaño que un águila, su plumaje ostentaba los más bellos colores: rojo de fuego, azul claro, púrpura y oro, y todos afirman que el Ave Fénix era más hermoso que el más hermoso de los pavos reales.
El lugar permanece oculto a nuestros ojos.
Unos lo sitúan más allá del océano que baña la tierra, en unas islas lejanas cruzando los confines occidentales del orbe, allí donde el sol tiene su palacio.
Otros dicen que viene de un bosque sagrado situado en las cercanías del orto del sol, este bosque es el primero en recibir la luz del sol, en escuchar los resoplidos de los caballos que arrastran su carro, que se sacude las aguas del océano del que acaba de surgir.
Lo que sí se sabe con certeza es que de donde viene el Fénix, los rasgos esenciales del lugar son la presencia de todo bien y la ausencia de todo mal. Siempre hay primavera y hay árboles de todas clases, el clima es en verdad agradable pues nunca se acercan las tempestades ni la lluvia ni el rayo; el frío no hiela y en medio brota una fuente de agua cristalina: esta vertiente de agua dulce que las escrituras llaman viva, fecunda el jardín suave y abundante cada mes, regándolo entero dos veces al año.
En estas inmediaciones crece el árbol cuyo fruto es la manzana dorada, una fruta especial de sabor exquisito, similar a la manzana común en su forma. En verdad que allí crece en plenitud la vida; bajo las enramadas murmuran arroyos entre plantas floridas que trepan por troncos olorosos a madera noble.
Está constituido y dispuesto de manera tal que todo allí es un placer para los sentidos humanos y en consonancia con los cuatro elementos; su exuberancia es expresión de la existencia divina, por eso la brisa es una suave caricia para el tacto. Hay una variedad de más de miles especies de flora y fauna útil y sumisa a la voluntad del hombre. Preside todo este excelso territorio una justa medida y una equilibrada templanza que se expresa en las impresiones acústicas que vienen del canto de los pájaros y del susurro tranquilo que juega en la gran fuente y los arroyos. La música natural rebota en toda la gama de colores que se ven, donde no hay contrastes demasiado fuertes ni se difuminan los contornos, sin embargo parece que cada cosa es como sí misma y como todas a la vez. No tienen allí cabida los animales dañinos. En medio de este sitio poblado de valientes y arquetipos vive el Fénix, unos quinientos años sólo consigo mismo.
En el jardín jamás se turba la felicidad de vivir. Sólo el Fénix siente el peso de la inmortalidad, y desde la llanura muy elevada que habita se desplaza inquieta hacia los árboles de la dulce mansión habitual del bosque, saliendo de sus santos lugares e instada por un afán de no-sé-qué, va por los señalados caminos sagrados cruzando parajes enmarañados de colores verdes y amarillos que caen en desfiladeros ocultos. En su aleteo indica rítmicamente (con un sonido que es como el vacío) el paso inexorable de sus últimas horas, de sus últimos días y noches. Los otros habitantes del jardín saben que, de acuerdo a las señales, el Fénix llevado por su extraño afán partirá hacia este mundo, el nuestro, donde la muerte tiene su reino. Toda la naturaleza del lugar calla cuando el ave se remonta, en un solo impulso, a la palmera más alta, tanto que su copa trepa a las estrellas y se hunde por uno de los hoyos de la noche, a través del cual se sabe que se asoma al mundo que hay detrás de la corteza del cielo...
No importa del sitio donde venga ni donde viva el Ave Fénix ... lo importante es que siempre cumple su misión:
Renacer de entre sus cenizas ... de su esencia ... de su ser ...
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